10 de enero de 2014

Visita virtual: LA ORACIÓN DEL HUERTO, el concepto escenográfico de un creador único













LA ORACIÓN DEL HUERTO
Doménikos Theotokópoulos, el Greco (Candía, Creta, 1541 - Toledo, 1614)
1608
Óleo sobre lienzo
Museum of Fine Arts, Budapest
Pintura renacentista española. Manierismo














El año 2014 se celebrará el IV Centenario de la muerte de El Greco en Toledo el 7 de abril de 1614, motivo que será aprovechado para presentar, entre marzo y junio, una magna exposición titulada "El Griego de Toledo" en el Museo de Santa Cruz, una muestra que se verá ampliada por distintos espacios de la ciudad vinculados al pintor, los denominados Espacios Greco, entre ellos la Sacristía de la Catedral de Toledo, la Capilla de San José, el convento de Santo Domingo el Antiguo, La Iglesia de Santo Tomé y el Hospital Tavera, todos ellos custodios de lienzos originales del pintor. El evento estará organizado por la Fundación El Greco 2014, creada para dicha celebración.

Anticipándonos al arranque del año de El Greco, ofrecemos una muestra del pintor, como creador de imágenes devocionales en la España de transición del Renacimiento al Barroco, en la que plasma todas sus dotes creativas : La Oración del Huerto o La agonía en Getsemaní.

El Griego de Toledo, como fue denominado en su tiempo, realizó un buen número de pinturas religiosas atendiendo una estrategia comercial muy personal, consistente en realizar una réplica seriada de sus composiciones más exitosas, que además eran difundidas a través de estampas, lo que le permitía ampliar su oferta y conseguir clientes muy diversificados. Un ejemplo es el tema de La Oración del Huerto, del que hemos seleccionado como punto de partida la versión realizada en 1608, seis años antes de su muerte, que se conserva en el Museo de Bellas Artes de Budapest.


Es por tanto una obra elaborada en el periodo de plena madurez del pintor, pudiéndose afirmar que en ella subyace toda su trayectoria artística, desde sus primeras experiencias en Candía (Creta), su pueblo natal, a las adquiridas en sus etapas en Venecia y Roma, continuadas después en Toledo en tiempos de Felipe II. Si en Italia se fue apropiando de los modos pictóricos de Tiziano, Tintoretto, Giorgio Giulio Clovio y Miguel Ángel, junto a otros autores de lienzos y estampas, en España consolidó su personalidad artística desarrollando una personalísima capacidad escenográfica. De modo que, sintetizando la tradición de la pintura griega, el color veneciano y el diseño romano, en Toledo, donde transcurrió la mitad de su vida, llegó a ejercer tanto de pintor como de inventor, realizando complejos retablos y tareas multidisciplinares en las que diseñaba su arquitectura y escultura, junto a su original faceta de retratista, viviendo los años más fructíferos de su creación hasta convertirse en un artista total.

La obra de El Greco transmite la fuerte personalidad de quién llego a convertirse en un verdadero icono toledano y en el artista más singular de los reinados de Felipe II y Felipe III, a pesar de que nunca llegó a dominar la lengua española y siempre firmó en caracteres griegos. A pesar de todo, a su muerte, su personalidad y su obra cayeron en el olvido, siendo redescubierto a mediados del siglo XIX y recuperado como genial maestro por los pintores vanguardistas de principios del siglo XX, momento en que los principales museos del mundo pugnaron por tener obras suyas entre sus colecciones, una de ellas esta que presentamos de un museo húngaro.

LA ORACIÓN DEL HUERTO

Cuando El Greco pinta esta versión de La Oración del Huerto llevaba más de treinta años residiendo en Toledo, donde, fruto de unas relaciones efímeras con Jerónima de las Cuevas, una artesana toledana, en 1578 había nacido su hijo Jorge Manuel Theotocópuli. Quedaban muy atrás los años en que comenzó trabajando para la catedral (El Expolio) y realizando tres retablos para Santo Domingo el Antiguo. El pintor, que seguramente había llegado a España atraído por la oferta laboral de El Escorial, ya habría olvidado el rechazo en 1584, por parte de Felipe II y la Orden Jerónima escurialense, de su innovadora versión del Martirio de San Mauricio.

A partir de entonces, El Greco amplió su taller toledano y comenzó la producción de una pintura religiosa —pintura de caballete y retablos— no destinada al círculo institucional o cortesano, sino a conventos, parroquias y una clientela privada que comenzó a reclamarle cuadros de discretos formatos.

En ellos El Greco fue consolidando su propio estilo mediante la creación de un nuevo mundo de imágenes religiosas de las que no existía en España anteriormente nada semejante, con una forma revolucionaria en el tratamiento de los personajes, tanto divinos como humanos, hasta entonces desconocida. Una imaginación desbordante le permitía dar vida a sus ficciones pictóricas y reflejar un impactante mundo sobrenatural a través de un arte complejo, arrebatado y alto contenido intelectual, aunque en ocasiones su desprecio a los convencionalismos produjeran en sus clientes desasosiego, rechazo y falta de comprensión.

Buena muestra de ello es La Oración del Huerto, una de sus pinturas más curiosas y personales, donde el cretense crea un modelo muy imaginativo y sin precedentes en modelos anteriores, aunque en algunos elementos afloren influencias de Tiziano y otros maestros. El Greco convierte el Huerto de Getsemaní en un paraje rocoso y árido, con un gran peñasco en forma de peñón detrás de la figura de Cristo, muy alejado de los exuberantes y frondosos modelos venecianos. El paisaje está planteado de forma extraña, con más valores mentales que físicos, dotado de inverosímiles compartimentos a base de oquedades en las nubes y grutas, en las que se ubican figuras que definen diferentes escenas de forma insólita.

La escena principal, como ocurriera en el Martirio de San Mauricio, se coloca en segundo plano, con la figura de Cristo mostrada de frente, arrodillado sobre una campiña y mirando al ángel que, con gesto de sumisión, le ofrece el cáliz de la amargura. Una luz cenital y sobrenatural produce un fantasmagórico juego de luces y sombras acotado al espacio de la aparición angélica, produciendo en el resto en penumbra de fuertes contrastes. La escena está determinada por el juego de luces, sombras, transparencias y reflejos, por la capacidad naturalista para definir las telas y por una personalísima gama cromática de colores muy brillantes. El pasaje, cargado de misticismo, es perfectamente comprensible a pesar de su carácter irreal.


Siguiendo la estela de Tiziano, que también experimentaría en El entierro del Conde de Orgaz, quedan establecidos dos espacios bien definidos, uno superior con tintes sobrenaturales y otro inferior de contenido terrenal. En el espacio inferior, entre una maraña de ramas de olivo y sobre las rocas, aparecen recostados y dormidos san Juan, Santiago el Mayor y san Pedro, tres apóstoles que no han sido capaces de compartir la vigilia con Cristo, según relato del evangelio. Adoptan diferentes y extravagantes posturas, sin que falten los habituales y forzados escorzos, y aparecen definidos por los fuertes contrastes cromáticos que produce la luz cenital que llega del fondo.

Por la derecha, en un paisaje sombrío y abocetado, se aproxima un grupo de saldados que van a prender a Jesús portando lanzas y teas, dejando adivinar una vista nocturna de Jesusalén y un celaje con reflejos de la luz de la luna, cúmulo de elementos que contribuyen a la sensación de irrealidad del conjunto.


Tan compleja composición, dispuesta del mismo modo en vertical, se repite en otras versiones que se conservan en el Museo Catedralicio de Cuenca y en la iglesia de Santa María de Andújar (Jaén), ambas realizadas por El Greco hacia 1605. Asimismo, los mismos ingredientes son de nuevo utilizados en las versiones de formato apaisado que se conservan en la National Gallery de Londres (h. 1590) y el Museum of Art de Toledo, Ohio (1590-1595), donde la composición se complica al trasladar al grupo de apóstoles durmientes al interior de una oquedad colocada bajo la nube que sostiene al ángel, incrementando la sensación de irrealidad por el tratamiento de rocas y celaje cuyas pinceladas sueltas producen una atmósfera fantasmal, a pesar de que en la parte derecha aparece más nítido el paisaje por el que se acercan los soldados.

Sirva este tema pasional para evidenciar el desapego a los convencionalismos por parte de El Greco, para resaltar los matices que hacen que su pintura sea única y su gran capacidad creativa para recrear momentos dramáticos cargados de misticismo religioso, marcando con ello la diferencia con la pintura de su tiempo por su técnica personal, por su pensamiento teorético y su creatividad iconográfica, cuyas licencias tantos recelos levantaron en ocasiones, especialmente entre los más intransigentes teóricos contrarreformistas, como Fray José de Sigüenza, historiador escurialense, que en 1605 declaraba que estas escenas de El Greco no estimulaban entre los fieles los deseos de rezar.
Museo Catedralicio de Cuenca e iglesia de Sta. María de Andújar, 1605

En nuestro tiempo, la visión de El Greco como artista místico y arrebatado en el campo de la pintura religiosa, ha dado paso a una interpretación esteticista, intelectual y filosófica, mostrándole más ocupado en autoconvencerse de su genialidad que de las preocupaciones de los devotos que durante los reinados de Felipe II y Felipe III obedecían los postulados trentinos.


Informe: J. M. Travieso.    








Museum of Art, Toledo, Ohio (USA) 1590-1595




















National Gallery, Londres, h. 1590
















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